Aquel alma inquieta jugaba con su sarcasmo y sus continuas bromas a alterar al personal. Lo único que conseguía era captar la atención y ser la payasa más querida de la fiesta. Pertenecía a mi mundo más allegado, el de mis amigos... del cual hacía poco tiempo que entró a formar parte otra gran persona de un mundo algo más lejano, el de los coleguillas.
Almas distintas que, sin conocerse, completaban mi vida: una risueña, loca y extrovertida; la otra más seria, responsable e introvertida. Me equilibraba justo en el punto medio que los dos extremos de aquella cálida balanza me permitían. La locura se hacía dueña del piso, pues el cuarto de la primera, contiguo al mio, se rendía ante la extraña decoración a la que le sometía diariamente... sin embargo, el alma responsable de la segunda la encontraba en mi facultad, junto a aquellos libros de ciencias que tan atrás me quedan ya.
Lógicamente, teniéndome como vínculo de unión, llegó el día en que se conocieron. Las bromas que soltaban eran continuas... y la costumbre de escucharlas me hacían obviarlas. Más tarde comenzaron a suceder hechos absurdos en el piso. Cuando llamaba a la puerta de su habitación se alteraban visiblemente, por cualquier tontería se excusaban sobradamente, si la otra era invitada a dormir, el colchón de repuesto seguía estorbando en el pasillo a la mañana siguiente...
No caía en la cuenta de que aquellos comentarios que tanta gracia me hacían y las continuas preguntas sobre, por ejemplo, los videoclips de las cantantes rusas Tattoo, era un examen exhaustivo de ellas hacia mi forma de digerirlos. Nunca sospeché nada, siempre fuimos cariñosas entre nosotras... las caricias formaban parte de los masajes-antiestresantes.
Lo que me entristeció no fue que en los primeros meses no me lo dijeran por miedo a mi reacción, sino que durante aquel tiempo yo fuese un supuesto obstáculo para que ellas expresaran libremente sus sentimientos. Pronto, y desde la primera fila, comprendí la doble dificultad de su relación: la aceptación de sus respectivos sentimientos y la de toda una sociedad.
Creo que he dado pocas enhorabuenas como aquella, y no por ser dos muchachas y enfrentarse a lo aún impuesto como atípico, sino por ser mis dos mejores amigas...
A mis niñas.